Eran uno solo, pero cada uno distinto. Sabías que no había manera de separarlos. Todo en ellos, juntos, era iasí. Inconfundoibles, con personalidad desgarradora. Los arañazos en la espalda, provocados por la pasión, no eran solo eso. Lo eran todo y cada día más. El profundo mar le hacía sentir eterno, como si no hubiese fin para ellos, simplemente el infinito y el. Tampoco necesitaban nada más, solo a alguien a quién contarselo, sentirse orgulloso de la imensidad que tenía. Amor. Sentía amor.
Y quien escucha sobre ello lo menos que siente es un universo, con suerte, el infinito que realmente es. Es escuchar y perderse, erizarse la piel o sentir que es tan real que si alguien dice "no" te levantarías y le golpearías.
ResponderEliminarMe encanta la metáfora del mar. Muchisimo!
me encanta la entrada jajaja y muhco al verda hacia tiempo que no me pasaba, epro si, vale la pena, por cierto una sorpresa en mi blog :$
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